La vivienda familiar que compartimos en nuestra infancia y adolescencia de alguna forma está presente en la casa que habitamos actualmente ya sea en el recuerdo o en el uso de nuestros espacios cotidianos.
En narrativa o en films nos encontramos con imágenes recurrentes de la vivienda que habitaban los personajes de niños o de adolescentes. Generalmente estos espacios están relacionados a situaciones familiares vividas con intensidad.
Mi historia con las casas donde he vivido es larga, muchas mudanzas dentro y fuera de Buenos Aires y a otros países pero recuerdo con emoción momentos vividos en la casa de mi infancia, las fiestas en familia, los juegos compartidos, alegrías y tristezas. La necesidad de tener un espacio propio para mis objetos personales y juegos la he conservado y se ha transformado a lo largo de mi vida en el cuarto propio para trabajar, crear, meditar.
La casa materna
Cuando las personas pasan a la etapa adulta de sus vidas desde la vivienda familiar a la propia armando una nueva familia sin experiencias previas de vivir sol@ o compartiendo piso con amig@s, la presencia de la casa materna es más fuerte. En las consultas he encontrado familias que han reproducido lugares o usos de los espacios a los que están ligados emocionalmente desde su infancia.
Comencé a interesarme en la historia familiar en el uso de las viviendas cuando en las consultas observé usos de los espacios que no cuadraban con sus posibilidades. Al no haber una explicación actual a esta circunstancia comencé a preguntar a sus habitantes en que viviendas habían vivido anteriormente. Me he llevado algunas sorpresas al ver que reproducían situaciones aprendidas en la vivienda familiar.
Nuestra historia familiar en la vivienda actual
Cada familia es un mundo y sus viviendas responden a necesidades muy específicas, pero a modo de ejemplo contaré algunas experiencias.
Me consultó una mujer que vivía sola con sus dos hijos, se daba cuenta que algo no funcionaba bien en su casa y no sabía cómo resolverlo.
La vida familiar transcurría en un gran espacio único que formaban el comedor y la sala con la cocina cercana. Este espacio aunque tenía dimensiones apropiadas era fruto de malas remodelaciones de la vivienda y no tenía casi luz natural. La parte trasera de la vivienda próxima a un bonito patio tenía una galería vidriada bien asoleada. La mejor zona de la casa estaba muy desatendida, plantas sin cuidar y muebles en desuso. Puede decirse que no estaba habitada.
Investigando sobre su historia relacionada a sus viviendas anteriores observamos que la casa donde vivió con su familia de origen era muy oscura. Todos los cuartos de la casa confluían en un patio interno que habían techado y lo usaban de comedor y lugar de reunión, la vida familiar transcurría en este espacio. Antes de formar esta nueva familia no había experimentado la sensación de disfrutar del sol, no sabía disfrutar del sol y sin darse cuenta reproducía ese lugar común y oscuro de su infancia.
En otra familia que estaba construyendo una nueva vivienda observé una postura contraria. Uno de los integrantes de la pareja quería armar un espacio para comer muy pequeño en una cocina amplia. En la consulta pudo recordar cómo era el comedor de su infancia, donde se sentía muy a gusto y ahora quería reproducirlo.
El comedor
En las viviendas de muchas familias he encontrado esta relación directa en el uso de la zona del comedor y los recuerdos y vivencias que están presentes en él.
Es la zona de la casa donde se reúne la familia por lo menos una vez al día, donde también se reúnen con la familia grande y amigos para festejar aniversarios y otros acontecimientos. En esta zona se tejen las relaciones familiares, se comparten o no expectativas, miedos y alegrías. La invasión de la televisión y la informática con el uso de los móviles ha mermado el diálogo pero se mantiene como zona de fuerte contenido emocional.
En las consultas he visitado a varias viviendas pequeñas en las que no hay relación entre el tamaño de las mesas del comedor y el espacio que las contiene. Estas mesas en muchos casos no responden a las necesidades del día a día de la familia, su tamaño es el adecuado para los momentos en los que hay una reunión grande con padres, hermanos, etcétera. Por lo general sus habitantes han vivido en casas más grandes con familias más numerosas donde la mesa del comedor tuvo una presencia física y emocional muy importante para ellos. Tratan de reproducir un espacio muy querido pero esa magia sólo se puede reproducir pocas veces al año y el resto del año es sólo incomodidad. Una mesa más pequeña que pueda agrandarse les ayudaría a disfrutar más del poco espacio que tienen.
Si en vuestra vivienda observan que algo no va bien, un ejercicio que les propongo es repasar vuestra historia para descubrir si esta anomalía responde a querer reproducir algún sitio donde han vivido con intensidad en otro momento y que no necesariamente necesitamos en este momento. También pueden encontrar otras situaciones beneficiosas para vuestro hábitat cotidiano, como en mi caso el del espacio propio. Encontrar dónde se originaron los espacios placenteros y necesarios para nosotros.
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